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lunes, 26 de diciembre de 2011

NO LOS CONDENES, DELES EL EVANGELIO

 

     
NO LOS CONDENES, DELES EL EVANGELIO
     

Visión: De repente vio al mundo girando en el espacio y alrededor de la tierra daba vuelta una franja roja profunda, como una nube larga y delgada. Entonces escuchó una voz que le explicaba: “Esa cubierta carmesí; es la sangre del Señor Jesús que murió para salvar a los pecadores, es por eso que Dios no puede destruir a esta gente. Todavía les queda una oportunidad. Todo ser mortal tiene derecho a aceptar su salvación hasta el día que muere, que es cuando pasa más allá de esa sangre; si muere sin aceptarla, ya es juzgado. Pero mientras esté vivo tiene derecho al árbol de la vida, si lo acepta”.

Hno. William M. Branham

Después de predicar el Hno. William M. Branham cinco noches consecutivas en Toledo, en medio del húmedo calor del mes de julio, sus energías estaban muy acabadas. A eso del medio día sintió hambre y salió a comprar un sándwich.

      Toda aquella semana había estado comiendo en un restaurante agradable y limpio, pero estaba cerrado el domingo. Había otro al otro lado de la carretera así que fue hasta allá y entro. La puerta se cerró detrás de él, miro alrededor de aquel destartalado café que vibraba con la música de una rock-ola. A su izquierda vio parado a un policía que abrazaba una mujer y con su otra mano metía monedas en una maquina de apuestas. Aquello le causo sorpresa al Hno. Branham, apostar era ilegal en Ohio, y allí estaba un representante de la ley violando abiertamente la misma ley que había jurado cumplir. ¿Qué clase de ejemplo era ese para los jóvenes que se encontraban allí? el Hno. Branham se fijo en una muchacha de unos 18 años de edad que estaba sentada en una mesa con una cerveza en su mano, iba vestida de manera indecente con una falda corta y había dos jóvenes tratando de llamar su atención. El hno. Branham se sintió disgustado.

     Luego miro a su derecha y allí estaba sentada una mujer de edad con dos hombres mayores, los tres estaban tomando cerveza. La mujer tenía un aspecto horrible su cabello corto y ensortijado y estaba pintado de azul, tenia sombra azul sobre sus ojos, pintura de labios azul y las uñas de los pies y manos en azul. Llevaba puesta una blusa sin mangas que revelaba lo flácido de sus brazos y sus pantalones cortos dejaban al descubierto lo caído de sus muslos. Estaba tratando de encender un cigarrillo pero no podía encender el fosforo.

     El hno. Branham se sintió enfermo y comparó la tremenda santidad de dios, la cual el experimentaba todas las noches en sus reuniones, con la mundanidad que veía a su alrededor en aquel destartalado café, entonces pensó: “oh Dios, ¿Cómo puedes mirar esto? ¿Tendrán mis pequeñas Rebeca y Sara que crecer entre tanta corrupción como esta? ¿Porque no destruyes al mundo y acabas con esto? Mira a esa joven comportándose así cuando debería estar en la iglesia; aquella mujer apostando con el policía y aquella abuela sentada tomando licor. Parece que todo se ha corrompido, la juventud de nuestra nación, la maternidad, la ley y aun los ancianos. Se acabo todo”.

M ientras estaba parado criticando todo aquello, en su corazón una sensación extraña se apoderó de él. Retrocedió hasta un rincón poco iluminado y se sentó en un lugar que no estaba ocupado. De repente vio al mundo girando en el espacio y alrededor de la tierra daba vuelta una franja roja profunda, como una nube larga y delgada. Entonces escucho una voz que le explicaba: “esa cubierta carmesí; es la sangre del señor Jesús que murió para salvar a los pecadores, es por eso que Dios no puede destruir a esta gente. Todavía les queda una oportunidad. Todo ser mortal tiene derecho a aceptar su salvación hasta el día que muere, que es cuando pasa más allá de esa sangre; si muere sin aceptarla, ya es juzgado. Pero mientras esté vivo tiene derecho al árbol de la vida, si lo acepta”.

     Estrujándose sus ojos el hno. Branham pensó: “¿Qué sucede? se que no quede dormido debe ser una visión, estoy seguro que es una visión”. Podía ver a Jesucristo parado por encima del mundo observando su creación. Jesús tenía un aspecto afligido y el hno. Branham podía ver su corona de espinas en su frente, la sangre corría por su rostro y la saliva de los soldados por su barba. De vez en cuando Jesús sacudía su cabeza como si algo golpeara su rostro. El hno. Branham se preguntaba a que se debía aquellas sacudidas, hasta que Jesús le dijo: “Son causadas por los golpes de tus pecados”.

     Atónito se vio así mismo en la visión haciendo cosas que no debería hacer y diciendo cosas que no debería decir. Cada vez que pecaba podía ver algo oscuro que traspasaba la atmosfera hacia el trono de Dios, su vida acabaría, Dios lo aniquilaría de inmediato. Pero algo se interponía en el camino, aquella nube roja que rodeaba la tierra actuaba como un parachoques que alejaba sus pecados de la presencia de un Dios santo.

     En ese momento el hno. Branham se dio cuenta que aquella franja carmesí que estaba alrededor del mundo, provenía de una herida de un costado de Jesús. Otro pecado subió, Jesús se sacudía cuando lo golpeo y una gota de sangre bajo por su frente. Levanto sus manos y dijo: “Padre, perdónalo porque no sabe lo que hace”. El corazón del hno. Branham se encogió de dolor y pensó: ¡Oh Dios! ¿Yo hice eso? ¿Seguro que no fui yo?” pero si era él.

     Había un libro cerca del trono de Dios y hno. Branham podía ver su nombre escrito al frente en grandes letras. Debajo de su nombre había otras palabras que no podía entender. Las páginas del libro estaban llenas de escritos y cada vez que una mancha de pecado oscura subía de la tierra, se le añadía otra oración. Temblando el hno. Branham se acerco mas para leer el libro y quedo pasmado de horror, debajo de su nombre estaba escrita la escalofriante palabra: “Condenado”.

     En la visión las fuerzas del hno. Branham lo abandonaron y se desmayo. Débil y tembloroso se arrastro hasta los píes de Jesús y le rogó: “Señor Jesús, yo no sabía que mis pecados te herían así. ¿Puedes perdonarme por favor?” Jesús sumergió su dedo en la herida de su costado y usando su propia sangre como tinta, escribió con su propio dedo sobre la cubierta del libro: “Perdonado”. Luego puso el libro a sus espaldas, fuera de su vista nunca antes el hno. Branham había visto algo tan hermoso o había sentido tanto gozo y alivio. Pero antes de que pudiera mostrar su agradecimientos, Jesús le dijo: “Yo te perdoné, pero tú quieres condenar esta gente”.

     El hno. Branham quedó paralizado. Si, hacia un momento quería que dios desapareciera aquel lugar, pero ahora veía a la gente que estaba en aquel restaurante desde una perspectiva diferente. Mientras la unción desaparecía, la voz dijo al hno. Branham: “Tú has sido perdonado, ¿Pero que de ella? ella también necesita el evangelio”. Observando todo aquel restaurante con renovada compasión pensó: “Oh Dios, ¿Cómo se yo a quien has llamado y a quién no? Me conviene hablarles a todos”.

L os dos hombres mayores y aquella flácida mujer que estaban riéndose ruidosamente. Mientras el hno. Branham observaba, los hombres se levantaron y caminaron hacia el baño de los caballeros, dejando a la mujer sola acercándose a su mesa el hno. Branham le dijo: “¿Cómo esta señora? ¿Podría sentarme? quiero hablar con Ud.”. riendo con nerviosismo ella levantó la mirada hacia el hno. Branham, no podía contener el hipo. Puso su cerveza de nuevo en la mesa y con una suavidad dijo: “ya tengo compañía”. Él le dijo no quise decirlo de esa manera hermana; soy un ministro y quiero hablar con Ud. sobre su alma”. Cuando él la llamo: “Hermana”. Su aptitud cambió: “Siéntate”.

      Acercando su silla a la mesa el hno. Branham se presentó y luego le conto sobre la visión que acababa de ver: “Yo estaba parado allí criticándola en mi corazón, sentía que dios debería descender y acabar con este lugar. Pero he cambiado de opinión, ¿Me perdonaría Ud. por haberla condenado de esa manera? Dios perdonó mis pecados y quiero que perdone los suyos también”.

     Entonces en un tono apenas audible ella dijo: “Branham... Branham... ¿Es Ud.? ¿El hombre que tiene un avivamiento acá en la arena? Él le respondió: “Si señora, ese soy yo”. Ella le dijo: “Yo he querido asistir, pero no he podido. Señor Branham, yo fui criada en una familia cristiana y tengo dos hijas que son cristianas. Yo sé donde fue que me salí del camino correcto y comencé a andar por el camino equivocado”. Brevemente contó su historia, tocando las decisiones herradas que la llevaron al lado más oscuro de la vida con todas sus desilusiones y dolor.

     Cuando termino, el hno. Branham le dijo: “hermana. No importa lo que Ud. allá hecho, la sangre de cristo todavía esta a su alrededor. Este mundo esta cubierto por su sangre y la protege a Ud. de la ira de Dios; mientras Ud. tenga aliento en su cuerpo, la sangre la cubre. Algún día cuando ese aliento abandone su cuerpo, cuando su alma parta y Ud. salga de ese mundo a un lugar donde esa sangre ya no le hará ningún bien, ya no habrá nada mas que juicio. Mientras todavía tenga una oportunidad de perdón, acéptala. Pídale perdón a Jesús y sea salvada”.    

policeprostitutes-tmElla miro de nuevo su cerveza y dijo: “Señor Branham he estado tomando”. Tomándole su mano el hno. Branham le dijo: “Eso no importa, el Espíritu Santo me advirtió para que viniera y le dijera esto a Ud.. antes de la fundación del mundo Dios la llamo, hermana, Ud. esta haciendo lo malo y solo esta empeorándolo” ella le preguntó: ¿Cree Ud. que Dios me aceptara?. Él le respondió: “Absolutamente, Él la aceptara apretando la mano del hno. Branham ella pidió con mucho fervor: ¿Quiere orar por mí para que yo sea salvada? Se arrodillo en el piso de aquel restaurante hasta que la mujer aceptó la salvación en Jesucristo. Cuando el hno. Branham se puso de pie noto que el policía se había quitado su sombrero y había puesto una rodilla en tierra en respeto. Mientras el hno. Branham se marchaba de aquel restaurante, pensaba: “Eso es correcto, no los condenes dales el evangelio”

     No condenen a nadie. Amen a todos. Si Uds. no pueden amar de su corazón, entonces Cristo no está con Uds.

 

53-0609 (t) Demonología La Esfera Religiosa

William Marion. Branham